Por Carmen Victoria Inojosa @victoriainojosa 

La escuela en casa no deja un saldo positivo a un año de la educación a distancia. Hay preocupación por el aprendizaje y cómo sostener esta modalidad sin recursos ni herramientas. 1.300.000 estudiantes tienen limitaciones para la continuidad de sus estudios, mientras que los maestros cada día se empobrecen más.

Caracas. Sara cuenta las hojas de la guía cuando descarga la tarea por WhatsApp. Empieza a copiar en su cuaderno sin leer, solo se concentra en pasar y restar páginas que le quedan por delante. Hay números, decimales, cuadros, párrafos extensos. No comprende. Le pregunta a su mamá, Yugly Colmenares, una maestra de preescolar, pero que siempre puede ayudarle a resolver los ejercicios de matemática.  

Sara tiene 11 años y cursa sexto grado en una escuela en la parroquia 23 de Enero. Ya tiene un año sin ver a su maestra, a sus compañeros, sin entender muchos contenidos. “No he aprendido, solo pienso en cuándo voy a terminar. Las tareas son difíciles y largas”, dice. 

La maestra de Sara no tiene celular, tampoco internet; alquiló un wifi por cinco dólares al mes, pero ya no pudo pagarlo. Cada vez que puede, utiliza el celular de su hija para enviar las actividades a una mamá, quien, a su vez, las envía por el grupo de WhatsApp del salón. Pero entonces las tareas se van acumulando y, cuando Sara las recibe, son un montón. 

“A veces me siento presionada y me pongo a llorar, porque siento que no las voy a terminar”,  dice Sara. “Viste, mamá, ya van cinco hojas”, suele decir. En abril de 2020 comenzó a ir a terapias durante cinco meses, no podía dormir, tampoco respirar, así le decía cada noche a su mamá. Le diagnosticaron un proceso ansioso que le generó pensar que sus padres podrían enfermar de COVID-19.

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Sara tiene 11 años de edad. Tras la pandemia fue diagnosticada con ansiedad. En las noches no puede dormir. Foto: Luis Morillo

La salud mental también ha sido una materia pendiente durante la pandemia en las escuelas. 87 % de los estudiantes no ha recibido apoyo emocional por parte de los centros educativos, aseguró Cecodap en su informe de octubre de 2020. Abel Saraiba, psicólogo y coordinador de Cecodap, ha dicho que la alteración en el estado de ánimo es el principal efecto, en el contexto de la pandemia, en la niñez. “42 % de los casos tienen que ver con esta situación. Y en 23 % hay un grado de riesgo suicida”, dijo durante la presentación del informe El suicidio infantil: un problema olvidado en medios de comunicación y políticas públicas de Venezuela. Para Saraiba, hay una vinculación con el cierre de escuelas. 

Sara ya no quiere hacer las tareas, está decaída, hay días en que no quiere hacer nada: “Siento como un fastidio”. Aunque ha tenido buenas calificaciones, solo piensa en volver a la escuela, que su maestra le explique la clase y ya no recibir la clase por WhatsApp.  

Yugly, como maestra y coordinadora de Pastoral del Colegio Abraham Reyes Fe y Alegría, entiende a Sara: Siento como docente que nos estamos preocupando más por enviar las tareas que por lo que están aprendiendo nuestros hijos. Yugly cuenta que Sara no se enfoca en el tema, debe mandarla a estudiar o a veces quiere hacer todo en un día “para salir de eso”. 

Ha pasado un año desde que el confinamiento dejó la escuela en casa por la COVID-19, en marzo de 2020. Para la continuidad educativa, el gobierno de Nicolás Maduro creó el programa televisivo Cada Familia Una Escuela, y en octubre empezaron las asesorías pedagógicas en los planteles. Con el confinamiento, 6.866.822 niños, niñas y adolescentes venezolanos están afectados en el subsistema de educación básica, según datos del Seguimiento mundial de los cierres de escuelas causado por el COVID-19 de la Unesco. 

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Sara está desanimada, ya no quiere hacer las tareas. Dice que son muy largas y, en ocasiones, no las entiende. Foto: Luis Morillo

Pero la familia ni los educadores estaban preparados para la carga que se les vino encima. Noelbis Aguilar, directora del Programa Nacional Escuela de Fe y Alegría, manifiesta que la situación generó ansiedad, tensión y hasta problemas de convivencia en el hogar. 

“No calibramos que en casa no estaban las condiciones, pero usted tenía que hacer la tarea tuviera o no conectividad, recursos, textos o contara con padres cuya formación les permitiera acompañarlos. Y quedamos como desarmados, además de los déficit en los servicios públicos, señala Aguilar. 

Entonces decidieron crear en abril de 2020 un currículo de emergencia con ayuda de las agencias internacionales, con énfasis en lenguaje, matemáticas y valores ciudadanos y el uso de guías y programas educativos en las 24 emisoras de Fe y Alegría para los niños de inicial a primaria. Además de las cápsulas sobre salud mental. En educación media y técnica, las asignaturas se redujeron a seis por áreas de conocimiento. 

Y sí, el aprendizaje es la preocupación de todos. Aguilar reconoce que tienen niños que perdieron hábitos que estaban consolidados. Rossy Rojas, maestra de primer grado en el Colegio Abraham Reyes, ubicado en la parroquia 23 de Enero, tuvo que rediseñar su planificación escolar del segundo lapso al darse cuenta, en una evaluación presencial que hizo en febrero, de que los estudiantes no pudieron responder a la actividad. Era la primera vez que los veía desde que comenzó el año escolar en septiembre de 2020

En octubre de 2020 las escuelas reabrieron para atender a los estudiantes por citas pedagógicas. Foto: Luis Morillo

“Las evidencias que los estudiantes mandan por WhatsApp son contrarias a lo que conseguimos en la evaluación presencial. Tengo niños que retrocedieron: el que conocía los números y el abecedario, ya no los identifica ni los puede trazar”, dice Rojas. De sus 32 estudiantes, solo 10 están nivelados y preparados para ser promovidos de grado. Reestructuró todo, desde volver a señalar que hay que copiar la fecha en el cuaderno: “Pasaron de responder todo excelente en el cuaderno a no hacer nada en el salón”. 

Jorge Hernández, director de la seccional Caracas oeste de la Asociación Venezolana de Educación Católica (AVEC), se pregunta si verdaderamente el conocimiento se está generando: Estamos adaptando los contenidos más importantes de un lapso; si cada día reducimos más ese contenido, donde vamos a ver el problema será en los grados más importantes

Rojas está preocupada por sus estudiantes. En muchos casos, la evaluación presencial no coincide con los resultados vistos en el cuaderno. Foto: Luis Morillo

La continuidad educativa y la formación, piensa Hernández, está alejada de la realidad: “De alguna manera se gradúan, pero ¿tienen el conocimiento, se está cumpliendo con la calidad?”. Hay que volver a empezar de cero, asegura, enseñar a tomar el lápiz, la postura para sentarse.

72 % de las familias calificó la educación a distancia como mala o deficiente, reveló un informe de la ONG Cecodap. Las fallas eléctricas y de conectividad son unas de las principales barreras para lograr un proceso educativo de calidad. La mayoría de los consultados consideró la necesidad de reforzar los contenidos impartidos. 

Educación online sin Internet

No solo era llevar la escuela a casa, también luchar contra las desigualdades en el acceso a medios tecnológicos y herramientas de estudios en los hogares, donde 96 % está en situación de pobreza, según la Encuesta de Condiciones de Vida (Envovi-2019-2020). 

“Quedó al descubierto que en muchos de los hogares hay limitaciones por no tener recursos como bibliotecas, espacio para formarse, servicios”, dice Aguilar. Por eso pensaron en una modalidad multimedios, con el uso de la tecnología, pero también de papelógrafos en bodegas y abastos, guías impresas, visitas en casa. 

Una encuesta del Ministerio de Educación, citada por el Clúster de Educación, reveló que 31,3 % de los consultados dijo tener conexión a internet buena o media. La cifra no está muy alejada de la declaración de Nicolás Maduro el 22 de abril de 2020, cuando dijo que solo 44 % de los estudiantes tenía acceso a los contenidos educativos por internet. 

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Rojas en la mañana trabaja como docente y en la tarde toma pedido y prepara las salchipapas. Foto: Luis Morillo

Y en las escuelas debían garantizar la equidad. Hernández es también director del Colegio Sagrada Familia ubicado en Propatria. Quisiera dar clases por Zoom y Google Meet, pero se dieron cuenta de que en un aula de 35 estudiantes solo se podían conectar 15: “Entonces podíamos pasar de un espacio para generar vínculo, a un espacio de limitación y dejar a un lado a quien no cuente con recursos. Eliminamos esa modalidad”.

Un monitoreo de Fe y Alegría a sus más de 105.000 estudiantes, arrojó que solo 15,5 % de los estudiantes tenía una computadora y 21 % acceso a internet. La medición abarcó el acceso a Canaimitas, teléfonos inteligentes, correo electrónico, telefonía, mensajes de textos, radio, televisión, WhatsApp, Facebook, Instagram. Ningún ítem alcanzó 50 %. https://flo.uri.sh/story/798533/embed?auto=1A Flourish data visualization

Hoy 1.300.000 estudiantes de educación básica tienen limitaciones de acceso en el aprendizaje debido a la COVID-19, indicó el reporte de situación a enero de 2021 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Pero antes del cierre de escuelas, el acceso a la educación en Venezuela era limitado. Casi 4 millones de niños, niñas y adolescentes, entre los que dejaban de asistir a la escuela por fallas en los servicios públicos y los no escolarizados, estaban en situación de vulnerabilidad con limitadas garantías en el derecho a la educación, según la Envovi-2019-2020. 

Los padres, madres y representantes pareciera que no resisten un poco más esta modalidad a distancia. “Logramos por necesidad unir la familia con la escuela. Pero la familia está agotada, los padres están desesperados. Llegaron los límites”, opina Hernández. Aguilar recibe diariamente quejas sobre la ruta a seguir para esta modalidad. En Facebook leen mensajes como “la escuela no me entiende”. 

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Para Andrés esto ha sido una experiencia y una manera de colaborar con sus vecinos. Foto: Luis Morillo

Andrés Meza, un estudiante de segundo semestre de Ciencias Pedagógicas en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), comenzó a ayudar con tareas dirigidas a tres estudiantes del edificio donde vive pasado un mes del cierre de escuelas. “Los padres me pidieron ayuda. Tenían encima todo el peso de la casa, lo laboral y la escuela. No les daba tiempo para atender todo”, cuenta. 

Le cedieron el salón de reuniones del edificio. Instalaron dos pizarrones, mesas y los vecinos llevaron libros, cuadernos y cuentos. Así recibió a un niño de cuatro años y a dos de seis años, una niña y un niño. “Al principio estaban apenados, luego de unas semanas, llegaban y me decían: ‘Andrés, necesito hacer esta tarea que no entiendo’”, relata Andrés.  

De maestras a comerciantes 

El 25 de febrero el profesor Hernández encontró una carta de renuncia sobre su escritorio. Era de la maestra de quinto grado, quien decidió solo dar tareas dirigidas en su casa. “¿De dónde saco yo a estas alturas el remplazo con un salario de un dólar?”, pensó. Ya no tiene palabras para motivar al personal para que no se marche, de los nueve obreros, le quedan tres. Cuenta que hay escuelas de la AVEC, subvencionadas por el Ministerio de Educación, donde faltan hasta siete docentes. 

A pesar que este emprendimiento representa un ingreso para Rojas, no le apasiona como ser maestra. Foto: Luis Morillo

Y en cuarentena a los maestros les tocó tomar decisiones. En junio de 2020, la maestra Rojas dejó de recibir la ayuda de su hermana, quien vive en el exterior y por el confinamiento no pudo seguir trabajando. Como docente, Rojas cuenta al mes con 1,50 dólares, dinero que gasta yendo a la escuela tres días y que no alcanza para cubrir un día de alimentación para su hijo, su madre y su sobrino.  

Los docentes tienen dos años de lucha por mejores condiciones salariales y de trabajo. El gobierno mantiene una deuda de 280 % de aumento salarial, incrementos estipulados en el contrato colectivo, que dejó de pagar desde 2018. Los maestros no reciben en sus cuentas ni cinco dólares al mes. En la pandemia, se han empobrecido aún más. 

La maestra Rojas al volver del mercado de comprar los ingrediente para las salchipapas.. Foto: Luis Morillo

Una amiga le dijo a Rojas que vendiera salchipapas. La enseñó a picar los ingredientes y le explicó cómo hacerlos. Rojas consiguió 25 dólares prestados para hacer la inversión; compró papas, mayonesa, salsa, aceite, salchichas, queso, cubiertos, servilletas y bandejas. Hizo un eslogan y comenzó a promocionar la comida por WhatsApp. En un fin de semana recuperó la inversión y obtuvo ganancias. 

“Me di cuenta de que con dos salchipapas que venda me puedo quedar tranquila en mi casa. Esto me ayuda económicamente, pero no es algo que me apasiona como mi trabajo de maestra, que sí siento que nací para eso, es como un don”, dice Rojas. 

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Colmenares vende helados, tortas, chocolates y hace tortas por encargo. Foto: Luis Morillo

Es un constante debate interno para Rojas. Hace unas semanas comenzó a recibir terapia psicológica en Fundana. Ya no sabe cómo equilibrar la carga emocional, el gasto de la casa, la escuela, cómo hacer para ayudar a sus estudiantes en estas condiciones: “He llorado, pido fuerzas a Dios. Le digo que me guíe, le pregunto si continúo o no. Porque es como si la educación fuese algo que no importa y uno está ahí luchando”. 

En enero de 2021, Fe y Alegría perdió 10 % de su plantilla de personal. Todos los días Aguilar se entera de hasta tres renuncias. En un mes renunciaron 136 docentes de aula. Temen una estampida, así lo dijo Nancy Lara, directora del Colegio Abraham Reyes de Fe y Alegría: “Tenemos que sincerarnos sobre cómo haremos cuando sean las clases presenciales, pues el docente se quedará donde tenga mayor incentivo”. 

Colmenares se siente deprimida, pero cada día intenta salir adelante. Foto: Luis Morillo

A Yugly Colmenares le angustiaba ver que cada día podía colaborar menos económicamente en su casa, sentía rabia. El esposo debe trabajar 12 horas diarias para cubrir los gastos. Así que en agosto de 2020 comenzó a preparar hallacas, tortas y combos de chocolates para vender. También vende helados de yogurt. 

“Eso me ha ayudado a sentir que yo también aporto. De hecho, cuando compro algo, mi esposo se me queda mirando como diciéndome ‘¿los vas a comprar tú?’”, dice. Todavía no puede subsistir con la venta de estos alimentos, pero para ella representa un paso para comenzar a recuperar su independencia económica: “La situación me ha causado depresión; con la pandemia, he pasado mucho tiempo deprimida. Porque uno trata de surgir pero siempre hay algo que no lo permite”. 

Crónica Uno

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