A los seis hermanos y hermanas de Keiderlin Gómez les gusta hablar de los tiempos en que podían comprar un perro caliente a un vendedor callejero en Carapita, un barrio marginal de Caracas. O cuando el gobierno de Hugo Chávez les enviaba frutas enlatadas.

Esas historias tienen un poder mágico sobre Keiderlin, de 9 años. La niña ha crecido en otros tiempos, tiempos de una preocupación constante por el hambre en la Venezuela de Nicolás Maduro.

Y ahora hay más preocupaciones en el horizonte. El Fondo Monetario Internacional ha pronosticado que el Producto Interno Bruto de Venezuela se contraerá otro 35 por ciento para finales de este año, al tiempo que el país sufre de una hiperinflación desbocada.

Algunos expertos están muy alarmados ante la posibilidad de una hambruna en Venezuela. Esto ha llevado a muchas comunidades pobres del país a acercarse a organizaciones no gubernamentales en busca de ayuda.

Una de las ONG más visibles estos días es Alimenta La Solidaridad, que ha establecido 132 comedores públicos en toda Venezuela para alimentar a casi 12,000 niños y ayudar a las familias. La organización entrega almuerzo de lunes a viernes.

Keiderlin ya asiste a uno de esos comedores, cerca de su casucha, junto con dos hermanos. Los tres tuvieron que pasar por un proceso de selección para determinar si cumplían los requisitos.

Como los otros niños que piden integrarse al programa, a Keiderlin y a sus dos hermanos los pesaron, los midieron y les hicieron un examen de sangre. Y los aceptaron en el programa después de verificar que no cumplen las normas de crecimiento para sus edades respectivas.

La gran mayoría de los niños que piden integrarse al programa no cumplen esas normas, lo que significa que los aceptan, según trabajadores sociales de Alimenta La Solidaridad.

Eso significa que sus padres tienen que reaccionar con rapidez, porque el cupo de los comedores queda cubierto en poco tiempo. En este momento todos estos comedores tienen listas de espera.

Y el de Keiderlin no es la excepción: ya hay 25 niños esperando cupo.

El altruismo de algunos de los niños en el programa puede ser asombroso: tratan de separar parte de su almuerzo para dárselo a otros niños que todavía no han podido inscribirse.

Por ejemplo, se marchan del comedor con un pedazo de pan, un poco de arroz y frijoles, un pedazo de pollo o arepas en sus loncheras plásticas, o en platos que ellos mismos llevan al comedor.

Jose Pulido organiza almuerzos para niños desnutridos en Carapita, Venezuela.

“Vemos mucho este nivel de empatía entre los niños”, dice José Pulido, de 49 años, líder comunitario que nació en Carapita y ha vivido aquí toda su vida. Su casa está al lado del comedor al que asiste Keiderlin.

Pulido ha visto esa abnegación de cerca porque organiza con frecuencia almuerzos en su vecindario y conoce a todos los niños por su nombre.

La situación alimentaria es incluso peor en las zonas rurales, como en los barrios marginales ubicados alrededor de Barquisimeto, la cuarta ciudad más grande de Venezuela. La zona ha sido golpeada repetidas veces por largos apagones y falta de agua potable y gas.

“Tenemos que cocinar con leña”, dijo Adelaida Delgado Rodríguez, de 55 años, quien es cocinera y trabajadora social en el comedor gratuito Fe y Alegría en las afueras de Barquisimeto.

Delgado y sus compañeros de trabajo cocinan para 170 niños. La mujer calcula que solamente en su barrio de El Tostado hay unas 1,500 familias que no ganan lo suficiente para comer todo el mes.

“Me rompe el corazón ver a tantos niños con hambre, y solamente podemos ayudar a algunos. A veces tenemos que escoger entre hermanos y hermanas”, dice.

Yesenia Hernández y dos de sus hijos que se benefician de un programa de almuerzo gratis para niños desnutridos.

Yasenia Hernández, de 38 años y madre de Keiderlin, se sintió muy aliviada porque tres de sus hijos fueron aceptados en el comedor.

Pero hay algo que la preocupa: dos de sus hijos que fueron aceptados en el comedor pronto tendrán que abandonar el programa porque están por cumplir 14 años, la edad límite.

Alimenta La Solidaridad se centra en menores de 5 años y menores, que si no se alimentan debidamente pueden sufrir problemas graves o secuelas que los afecten toda la vida, dicen expertos en nutrición que trabajan con las organización.

El programa fue lanzado por Roberto Patiño, un venezolano que estudió en la Universidad de Harvard. En la primavera de 2016, se enteró de que muchos niños en los barrios pobres de Caracas no iban a la escuela porque sus padres los dejaban dormir hasta el mediodía porque no tenían qué darles para desayunar. Muchos de los que iban a clases sin comer se desmayaban.

“Cuando un niño no come bien, el cerebro no se desarrolla debidamente y no puede aprender. Estamos condenando esta generación a una vida poco productiva y dependiente”, advierte Patiño, de 30 años, cuando inaugura cada nuevo comedor.

Yonaiber Gómez almuerza en un comedor público para niños en Carapitas, un barrio pobre de Caracas.

Esta NGO ha tenido una gran influencia en las zonas más pobres, en otros tiempos bastiones del chavismo. El gobierno de Maduro todavía envía alimentos a algunas de estas comunidades a través de programas de subsidio alimentario a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP).

Según cifras del gobierno, unos 5.6 millones de venezolanos reciben cajas con alimentos de esta entidad, que según autoridades tienen un máximo de 27 productos, como aceite para cocinar, pasta, azúcar, arroz, salsa de tomate o una lata de atún.

“Muchas veces llega tarde y le faltan productos, o se los roban”, dijo Delgado, quien considera el programa CLAP una herramienta de control social sobre los pobres venezolanos.

Por otra parte, el programa de Patiño se basa en un esfuerzo comunitario. Alimenta La Solidaridad entrega los alimentos, pero el resto es responsabilidad de los vecinos, quienes tienen que buscar una cocina y a los voluntarios para preparar los alimentos.

Un factor vital en este proceso son los líderes comunitarios como José Pulido, quien identifica y transmite las necesidades de los vecinos a los trabajadores de la ONG.

Para Pulido fue una alegría ver la inauguración de un comedor en su barrio. “El gobierno nos abandonó hace mucho tiempo”, dice.

Varias madres cocinan para sus hijos en un programa comunitario para niños desnutridos en Venezuela.

Pero el proceso de selección revela un patrón preocupante de la vida social en los barrios marginales de Venezuela, que es el centro de la crisis que abruma al país, opina Pulido.

“La mayoría de las mujeres en los barrios pobres no tienen apoyo de un hombro, tienen poca escolaridad y pocas oportunidades de encontrar un empleo. Por eso les resulta tan difícil mantener a sus hijos”, dijo.

Yasenia Hernández, la madre de Keiderlin, es parte de ese grupo de mujeres. El padre de sus siete hijos se marchó y nunca regresó. La mujer trata de ganar algún dinero preparando emparedados y postres. De vez en cuando hace algún trabajo de peluquera.

Dos de sus hijos mayores están ahora en Perú y le envían dinero regularmente. Esos hijos, de 22 y 18 años, quieren ganar lo suficiente para llevarse a toda la familia a Perú. Pero por ahora eso parece ser un sueño distante, de manera que Hernández se centra en dar de comer a sus hijos todos los días.

“Cuando al final de día he podido alimentar a mis hijos, puedo decir que cumplí”.

Elnuevoherald.com

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