Jarielis González está aburrida y adolorida. También tiene hambre. Ya cuenta dos semanas acostada en la misma cama, viendo a sus siete compañeros de habitación llorar como ella, de dolor y de ganas de estar en casa, o simplemente de jugar como cualquier niño de su edad. Ella tiene tres años, una quemadura de segundo grado en parte de su cuerpo, y ya tiene registrada en su memoria la crisis de salud que le ha tocado vivir en primera persona en la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera (Chet), de Valencia, donde desayuna arepa sola, cena tres dedos de leche y ve a su mamá dormir cada noche sobre un cartón en el piso.

La cama que está justo a su derecha está vacía. La mañana del martes la paciente de un año que estaba ahí se fue, pero no porque ya había sanado, sino por la desesperación de su madre al pasar tres días sin que le administraran el tratamiento requerido para la otitis severa que padece la niña y que se agravó por falta de antibióticos que su familia no pudo costear.

Al ver una enfermera entrar Jarielis llora desconsolada y se aferra a su madre. Ella sabe que si le revisan las heridas sentiría mucho dolor. Pero le tocaba cura quirúrgica para la que se necesitan una serie de insumos. «¿Tiene las compresas, y las gasas?», le pregunta la muchacha uniformada a la mamá de la niña y ella respondió que sí, sin detallar que una compresa se la prestó la abuela de una niña que tiene 20 días esperando por la operación de un linfoma en su pie izquierdo, la otra le costó 50 mil bolívares y las gasas tres mil bolívares cada una.

Unos minutos más tarde entró otra enfermera con una lista nueva de exigencias. «Debe comprar anestesia, tapa boca y cinco pares de guantes», la mamá de Jarielis no sabía qué hacer. Ella no tiene el dinero para comprar más nada y, aún así hizo el intento. «Deme el récipe para ver dónde consigo la anestesia», y la enfermera le contestó que es un producto de venta no autorizada y por eso no daban récipe, pero que en la parte externa del hospital venden.

En el área de pediatría de la CHET son varios las habitaciones en las que hay entre ocho y 10 niños. En una de ellas está Gineska. Tiene 11 años y una condición cerebral que requiere de una operación que no realizan en el país. Su madre, Jessika Reyes, no se despega de ella porque sabe que hay necesidades que debe atenderle. Los baños en el lugar no tienen agua, siempre están sucios y contaminados, por eso ella prefiere que su hija orine en un envase y evitarle que vaya con frecuencia al baño.

Los familiares de cada uno de los más de 100 niños que están hospitalizados en la CHET coinciden en que la recuperación de los pacientes se retrasa por falta de tratamientos y la atención oportuna, debido a que no se cuenta con el personal suficiente y hay turnos en los que solo hay una enfermera para todos los pacientes.

Fuente: Caraota Digital

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