“Señor, no me vaya a quitar a mi hijo”, oraba Jenny Bello al ver cómo Gervenson se prendía en fiebre y agonizaba de dolor en su cama. Días antes había fallecido Samuel Becerra, el segundo niño que murió por el brote infeccioso en el servicio de Nefrología en el hospital pediátrico José Manuel de los Ríos.
Dos años han pasado desde ese letal brote que cobró la vida de al menos cuatro niños —Raziel Jaure, Samuel Becerra, Dilfred Jiménez y Daniel Laya— con insuficiencia renal entre mayo y junio de 2017. Aún las bacterias siguen proliferando en el servicio. Las madres de los pacientesdenuncian que las autoridades hospitalarias no hacen el debido mantenimiento a los tanques de agua del hospital, que surten a la unidad de diálisis.
Gervenson es un sobreviviente del brote de 2017. “Mi hijo se salvó porque no le tocaba morir”, dice Jenny aferrándose a su fe. Sin embargo, el adolescente de 14 años está hospitalizado de nuevo en el piso cuatro del centro pediátrico, donde opera el servicio de Nefrología.
Las fiebres después de las sesiones de diálisis, signo de alarma que advierte sobre una posible infección, llevó a Gervenson a estar en cama otra vez. Aún su madre espera el resultado de los exámenes médicos para conocer de qué bacteria o virus se trata.
La directora de la ONG Prepara Familia, Katherine Martínez, indicó que, de 20 niños que reciben tratamiento de diálisis en el hospital, 13 están hospitalizados. Diez de ellos están en el servicio de Nefrología y los tres restantes repartidos en otras áreas del edificio porque ya no había cupo en el piso cuatro.
Desde 2017 hasta la fecha han muerto al menos 25 pacientes de Nefrología. Algunos de ellos habían sobrevivido al brote infeccioso y se dializaban en la unidad del J.M. Otros no requerían diálisis, pero fallecieron por las deficiencias que hay en el servicio.
Las madres aseguran que la irregularidad en el suministro de medicamentos y la ausencia de mantenimiento a las máquinas ha deteriorado la atención médica que reciben sus hijos.
Un estudio realizado por la Universidad Simón Bolívar en 2017 halló que los tanques de aguadel hospital estaban contaminados con bacterias. Estos surten a la planta de ósmosis que, a su vez, abastecen a los riñones artificiales, máquinas a las que se “conectan” los niños para recibir sus diálisis.
Los pacientes con insuficiencia renal necesitan dializarse tres veces por semana durante cuatro horas diarias. Se “conectan” a una de estas máquinas, que cumple con la función del riñón, para limpiar las toxinas que se acumulan en la sangre.
Sin embargo, las condiciones del servicio están lejos de haber mejorado a pesar de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh) otorgó medidas de protección a los pacientes de Nefrología.
“De 15 máquinas, 10 están operativas”, afirma Martínez. Desde mayo de 2017 no se hace la limpieza a los tanques de agua y desde hace un año no se realiza el mantenimiento de la planta de ósmosis, pese a las denuncias de contaminación y la proliferación de bacterias.
Judith Bront y Carmen Flores, madres de Samuel y Daniel, quienes fallecieron hace dos años, aún siguen esperando justicia. “Pareciera como si el brote nunca hubiese terminado”, afirma Carmen.
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Una bomba de tiempo
Emily Aguilar está asustada porque Eliézer tiene un acceso intraventricular, es decir, que el catéter por el que lo “conectan” a la máquina está en su corazón. “Ese es el último acceso que tiene. Si se contamina con una bacteria, ya no tienen por dónde agarrarle”, dice preocupada.
Eliézer, de apenas 12 años, sabe muy bien que si se contamina ese acceso, corre un riesgo. Teme que no puedan dializarlo más y deje de recibir su tratamiento. Sin la posibilidad de trasplante,dice Emily, su hijo es “una bomba de tiempo”.
En mayo de 2017 se suspendió el Programa de Procura de Órganos y, pese a que la Cidh solicitó al Estado su reactivación en la medida otorgada a los niños de Nefrología, aún no ha habido ninguna respuesta.
Para Eliézer, un trasplante de órgano representa la esperanza de vivir. Así ya no tendría que asistir martes, jueves y sábados al hospital para recibir sus diálisis. No existiría el riesgo de contagiarse con bacterias en la unidad. Tampoco necesitaría una cirugía para que le pongan un catéter. Podría volver a caminar, regresaría al colegio y jugaría kickingball de nuevo.
“Está bien que el paciente vaya a sus diálisis con la esperanza de obtener un trasplante, pero no así, que no sabe si algún día vaya a recibir un órgano”, lamenta Emily.
La semana pasada, cuenta, Eliézer tuvo fiebre y convulsionó. Los resultados de laboratorio arrojaron que el adolescente tiene estafilococo, una de las bacterias del brote pasado.
Los amigos de Eliézer también están contaminados. “Andrés y Winder tienen klebsiella. Deyvis tiene estafilococo. Winkler acaba de salir de una escherichia coli”, enumera Emily. “Me da miedo que él entre a la hemodiálisis. No quiero que mi hijo agarre más bacterias”.
Fuente: Efecto Cocuyo
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