Aunque se sabe que la diversidad es la expresión de las diferencias y que esto se traduce en el reconocimiento del derecho de los otros a ser distintos, cuando se habla de diversidad se tiende a pensar en diferencias raciales y de sexo. Sin embargo, la diversidad es una realidad inherente al desarrollo humano.
En los centros educativos no faltan los niños y adolescentes que muestran intolerancia hacia quienes perciben como diferentes o “raros” por su condición o apariencia física, intelectual, preferencia o comportamiento sexual, orientación religiosa… condiciones que convierten a los rechazados en blanco de burlas, exclusiones, humillaciones…
La forma de manifestar su intolerancia a la diversidad se expresa de manera explícita con palabras o agresiones físicas o con gestos, símbolos…
Las agresiones por diferencia de género y por las representaciones sociales que se tienes de los comportamientos masculinos o femeninos, favorece que los niños y niñas reproduzcan creencias que perpetúan el rechazo y uso del poder físico o emocional para humillar, agredir, descalificar a los del sexo opuesto o del mismo sexo.
Es propio en los estudiantes constituir pequeños grupos que manejan códigos comunes en su forma de pensar, sentir, vestirse, preferencias musicales, intereses, estatus social…
En un mismo salón pueden coexistir varios grupos. El problema es cuando la convivencia se ve afectada porque estas diferencias se traducen en ofensas, agresiones físicas… o se autoexcluyen y no participan, y sabotean al resto del salón.
La anulación física o simbólica del otro siempre genera violencia. Como educadores y familias hay que estar pendientes de identificar cuáles son las razones o las causas por las que se están dando determinados comportamientos.
La doble moral
La discriminación por la orientación sexual de los estudiantes y educadores es una de las más evidentes expresiones de la doble moral. Teóricamente se maneja el discurso de la inclusión, el respeto a la diversidad en todas sus formas, pero en la práctica, cuando se presenta un caso de atracción sexual entre estudiantes del mismo sexo, se activan los prejuicios existentes y generadores de rechazos que se enmascaran con argumentos morales o religiosos que ponen en evidencia una profunda homofobia que estigmatiza y promueve la exclusión.
Las familias, cuando se enteran de una situación de este tipo, suelen detonar las alarmas a través de las redes sociales, muy frecuentemente por los grupos de Whatsapp que son utilizados como drenaje de lo que sienten, con juicios y comentarios ofensivos y discriminatorios que atentan contra la dignidad de los estudiantes involucrados. Les transmiten a sus hijos estos sentimientos y estos a su vez lo expresan en los centros educativos.
En nuestra experiencia, los estudiantes suelen ser más tolerantes que sus familias; pero la presión social de los adultos logra condicionarlos: “No me gusta que te reúnas con él”, “Atento si te hace alguna insinuación o quiere abusar de ti”… Se concibe que por ser como es ya es una amenaza.
La doble moral se evidencia en las actividades formativas en las escuelas. Sus comentarios y reflexiones suelen ser de reconocimiento y respeto a la diversidad, no revelando lo que realmente sienten y piensan. Esta realidad es evidente en los casos de acoso escolar o bullying a estudiantes que tienen una orientación sexual distinta o una determinada forma de ser, hablar o proceder que pone en duda su masculinidad o feminidad. Hemos escuchado comentarios en los que se plantea que el estudiante se buscó la burla o provocó la agresión por ser “raro” y denotan alivio de que su hijo sienta este tipo de rechazo, porque lo preserva de llegar a asumir un comportamiento similar.
Educar para el respeto a la diversidad exige la revisión de nuestras creencias y prejuicios. Solo de esta forma podremos establecer relaciones inclusivas, justas y respetuosas.
Por nuestra condición de seres humanos somos iguales, como personas somos diferentes y como ciudadanos tenemos los mismos derechos
¡Hasta la próxima resonancia!
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