Saltar las piedritas del río parece un juego de niños, pero el peligro acecha. Padres venezolanos y sus pequeños deben pasar por trochas asediadas por hombres armados para ir a la escuela en el lado colombiano de la frontera.
Leidy Navarro, una joven madre de 28 años, sabe que a su hija Valentina no le gusta llevar el uniforme sucio o mojarse los zapatos.
Por eso se los cambia por unas sandalias antes de cruzar el disminuido río Táchira, la única vía que les queda para llegar a la escuela desde que Colombia y Venezuela, sin relaciones diplomáticas, cerraron la frontera en el departamento de Norte de Santander.
“Ella todo lo ve como una aventura”, dice a la AFP esta enfermera que ahora dedica su tiempo a llevar al colegio a Valentina, de siete años, esperarla y acompañarla de regreso en la tarde.
Decenas de madres más también matan el tiempo en el parque Los Libertadores entre las 6:30 y las 11:45 de la mañana, mientras sus hijos van a clase en el instituto técnico María Inmaculada, en el fronterizo municipio de Villa del Rosario.
Una espera que agrava su ya deteriorada situación económica. La escasez y la hiperinflación se ensañan con la otrora rica nación petrolera, de donde han huido 2,7 millones de personas desde 2015, según la ONU.
“Somos madres de familia, (…) mujeres que no podemos ya ni trabajar porque tenemos que traer a los niños acá”, lamenta Yolanda González.
Los cuatro puentes que unen a los dos países por Norte de Santander están cerrados desde el 23 de febrero, tras el frustrado paso de ayuda básica extranjera donada para paliar la crisis en Venezuela y que derivó en disturbios.
Según cifras de la secretaría de Educación de Cúcuta, 9.174 venezolanos estudian en colegios de la capital del departamento y, de ellos, cerca de 3,000 cruzan la frontera todos los días.
La crisis también golpea al sistema educativo venezolano. A la deserción escolar se suma la falta de profesores y el deterioro de las escuelas. Entonces las familias optan por matricular a sus hijos en Colombia.
“Me duele mucho esta situación porque me parece que los que pagan todo son los niños”, lamenta Leidy.
– No es un juego –
La pequeña Valentina Cáceres no sabe que su madre tiene miedo ni tampoco que en cualquier momento pueden aparecer en su camino hombres con pistola en mano.
“Los colectivos manejan las trochas y a uno le da susto que los niños los vean así, encapuchados”, dice su madre.
Estas bandas armadas defienden al chavismo y operan como grupos de choque ante las protestas opositoras que buscan sacar al presidente Nicolás Maduro del poder.
Antes del cierre de la frontera, solo por el puente Simón Bolívar cruzaban a diario unas 40,000 personas, según Migración Colombia.
Pero es imposible calcular cuántas pasan ahora por los caminos ilegales que se multiplican a lo largo de la frontera que se extiende por siete departamentos y 2,200 km.
Sólo en Cúcuta hay 30 trochas, según la policía. Además de los colectivos que buscan atajar el paso de ayuda humanitarias – que, según Maduro, esconde los planes de Estados Unidos de lanzar una invasión militar – operan contrabandistas y guerrilleros colombianos.
Los venezolanos están obligados a pagar en los retenes que imponen los “dueños de las trochas”. Ninguno se atreve a identificarlos.
“Estamos sufriendo mucho porque nos toca madrugar, pasar por las trochas, uno se resbala, se golpea, se moja, (…) el uniforme se le vuelve a uno nada”, cuenta Gabriel Navarro, de 16 años.
– Protestas en uniforme –
Desde el 4 de marzo, cientos de niños protestan diariamente frente a militares y policías que bloquean el puente fronterizo binacional Francisco de Paula Santander, en la localidad venezolana de Ureña (este).
“Nosotros hicimos un plantón el lunes, con los estudiantes, contra la guardia venezolana y nos ignoraron totalmente, no nos dejaron pasar por ahí (…) entonces nos fuimos hacia las trochas”, recuerda Leidy.
El miércoles, cuando los menores gritaban frente a los efectivos, el estallido de una bomba lacrimógena dispersó a la multitud, según la oposición venezolana.
Ya de regreso a San Antonio del Táchira, Valentina ha perdido toda la energía de la mañana. Despierta desde las 4:00 a.m, lo que era una aventura ahora parece un regreso tortuoso.
“Se pone de mal humor, cansada, me dice ‘mamá ya no aguanto’”, explica Leidy.
Aferradas a sus niños por las trochas, las madres piden a Maduro que abra un corredor humanitario que les permita llevar a sus hijos a la escuela por los puentes.
“Siente uno impotencia porque es que realmente no nos escuchan, no ven el peligro” para los niños, dice Ana Morales, una de las madres forzadas a esperar en un parque el fin de la jornada escolar.
Fuente: El Nuevo Herald
Comentarios recientes