Hace ya unos tres lustros, en los primeros años del chavismo, sostuve una discusión con una renombrada profesora. Yo fomentaba, entonces, la necesidad de que hubiese una discusión ética sobre el ejercicio periodístico de Venezuela, justamente en años –como ahora- de fragor y conflictividad.
Palabras más, palabras menos, la profesora zanjó el asunto diciendo que una vez que volviéramos a la normalidad en Venezuela, entonces –y sólo entonces- se discutiría de ética. Aquello fue hace 15 años.
La normalidad, en verdad, nunca llegó y si soy franco tampoco se ve a la vuelta de la esquina. Al contrario, parece esta signado este tiempo venezolano, a vivir en medio de la conflictividad y la incertidumbre. Se trata, en realidad, de un tiempo más que propicio para la discusión ética.
El cómo nos comportamos los periodistas en una situación de normalidad sin duda pudiera ser interesante, claro que lo sería si viviésemos en Suecia o Finlandia. Pero al vivir en Venezuela, en realidad la discusión cobra un nuevo sentido.
Si nos enfrentamos a una dictadura y queremos denunciar todos sus excesos y las duras consecuencias que este régimen perjudica a la población ¿entonces no tenemos límite alguno? Es un asunto crucial definir de qué lado se está ante este quid.
Poco menos que asombrado leo mensajes en las redes sociales de personas, que se dicen periodistas, pero que hoy celebran que a figuras como Rodríguez Torres se le violen sus derechos humanos. Este señor debe ser castigado, sin duda alguna, pero que sea violentado, incomunicado o torturado no será nunca motivo de regocijo bajo la excusa de que él hacía lo mismo.
No, no todo se vale. Si combatimos una dictadura pero terminamos cooptados por la lógica represiva del régimen entonces habremos perdido.
No todo se vale, cuando opino, y tampoco todo se vale al momento de tomar y difundir imágenes, asumiendo obviamente que se trata de un ejercicio profesional, también enmarcado dentro de pautas éticas.
Hace poco la laureada activista de la sociedad civil, Susana Raffalli, llamaba a que se pusiera coto a la difusión de imágenes crudas sobre la desnutrición y sus secuelas en niños, especialmente cuando éstos están dentro de instituciones públicas en Venezuela.
Hacerse consciente de que cualquier cosa que publico, sean imágenes o textos, tiene consecuencias es tal vez el gran aprendizaje para cualquier periodista o fotógrafo. Pensar que la responsabilidad sólo llega hasta la hora de difusión, y que luego cada quién acarree con lo que le corresponda, es sin duda no ético. La ética, para decirlo rápido, es colocarme en los zapatos del otro.
Difundir una imagen, cruda, dolorosa, de un niño desnutrido puede ser de ayuda. Obviamente si el fin no es el mero sensacionalismo.
En una situación normal yo pondría el valor de la imagen como denuncia por encima de otras consideraciones. Sin embargo, estamos ante un régimen cínico y represivo. Se sanciona al niño fotografiado y su familia. Es una manera de enviar un mensaje para que otros no lo hagan, para que otros no denuncien las carencias.
Interpreto lo que dice Susana no como una llamado a la autocensura, nada de eso. Se trata de reflexionar cuando se tenga la cámara en la mano, cuando se esté a punto de difundir. Hacernos la pregunta de rigor: ¿cómo afectará al otro, a ese que está fotografiado o entrevistado, lo que voy a publicar?
La ética de los grandes medios
Esa pregunta es la que también debió hacerse The New York Times cuando reveló el pasado 4 de mayo la historia de una pequeña comunidad en Honduras, que se enfrentó a la pandilla más poderosa de Mesoamérica y de buena parte de los Estados Unidos: la Mara Salvatrucha 13 (MS13).
Las personas mencionadas y fotografiadas por el diario estadounidense han denunciado que esa publicación ha puesto en riesgo, más de lo que ya están, sus vidas. Dicen que las fotos fueron tomadas sin consentimiento y que nunca autorizaron al periodista a publicar sus nombres. Esto lo leo en revistafactum.com
Este caso de Honduras, y lo que puso de relieve Susana Raffalli, me confirman lo que ya percibía desde hace largos años. Justamente cuando estamos en crisis, en el fragor del conflicto y del dolor que emana de ese conflicto, es cuando más debemos discutir sobre nuestro quehacer. A fin de cuentas, la ética no queda en suspenso.
Fuente: Efecto Cocuyo
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