Los estudiantes venezolanos inician un nuevo año escolar el miércoles 16 de septiembre. Las clases serán dictadas a distancia. Escuelas y familias se preguntan cómo asegurar el éxito para los alumnos a pesar de la incertidumbre, las fallas de conectividad y las deficiencias en los servicios básicos. Esta es la quinta entrega de Desafíos de la educación en pandemia, una serie sobre la perspectiva de los expertos en políticas educativas para comprender la situación venezolana. En esta oportunidad habla Carla Serrano, socióloga con especialización en los derechos de la familia y de la niñez. Es secretaria general de la Red por los Derechos Humanos de los niños, niñas y adolescentes (Redhnna), y es profesora del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Andrés Bello.

Sabemos que el cierre de las escuelas implica amenazas al derecho de la educación de los niños y niñas, pero puedes compensarlo si fortaleces la educación a distancia. Ojalá no nos gane la tendencia que tenemos en el país a la improvisación y a la desprotección. Suelen tomarse decisiones con cierta ligereza, sin calcular ni prever el impacto que eso va a tener.

Es muy cómodo y muy fácil lanzar unas líneas desde arriba a todos los colegios, a las instituciones y a los docentes. Es muy cómodo lanzar los “qué” pero no los “cómo”. Creo que allí hay una deuda importante. No basta decir “ahora vamos a educación a distancia para no perder el año escolar”. O peor, decir que todo fue un éxito cuando el año escolar se acaba. Y te preguntas: Pero Ministro, ¿qué quiere decir con que fue un éxito? 

Sin saber cómo implementar las soluciones para la educación en pandemia fue muy duro el tránsito de clases presenciales a clases a distancia durante el tercer lapso. No tengo hijos, así que me salvé de vivir este cambio abrupto, pero sé que fue un proceso sin anestesia por las experiencias compartidas en mi trabajo en la Universidad Católica Andrés Bello, en Redhnna, y en Fe y Alegría. Todo lo que sea de alguna manera violento te deja heridas, te deja marcas y sinsabores, porque no tienes oportunidad de prepararte para contrarrestar la experiencia. Obviamente, el covid-19 agarró a todos los colegios del mundo así, pero la situación de Venezuela es particular. Estamos debilitados porque la educación viene deshilachandose en una agonía lenta en la emergencia humanitaria.

Lo que aspiramos nosotros, los defensores de los derechos humanos y también los educadores, es que la decisión del regreso a clases estuviera acompañada de una estrategia de preparación. Pero pareciera, de lo poco que uno percibe, que no se está trabajando para crear las condiciones adecuadas, óptimas y seguras para volver a clases.

Hay que preguntarse si sabemos a ciencia cierta dónde estamos parados y cuál es el balance de los colegios al término del año escolar anterior. Una buena parte de nuestros colegios entran en la categoría de públicos, tenemos un porcentaje más pequeño de privados, y tenemos todavía experiencias mixtas como Fe y Alegría. Cada uno tiene una realidad. ¿Con qué población arrancaron el año pasado? ¿Con cuántos alumnos cerraron el año en esta modalidad a distancia? ¿Sabemos cuántos docentes tienen equipos, como teléfonos, tabletas y computadoras? ¿Sabemos cuál es la cantidad de estudiantes que no tienen estos mismos recursos? ¿Cuál es la brecha? ¿Hemos medido cuántas personas usaron canales de señal abierta donde se daban clases? ¿Estamos corrigiendo los errores que cometimos por la carrera que experimentamos el año escolar anterior? Es entendible que la primera clase no saliera tan bien, pero ¿se hizo alguna modificación para que las siguientes salieran mejor? Estos datos son necesarios y uno quiere creer que el Ministerio los tiene, porque, de lo contrario, ¿cómo haces un llamado a un próximo año escolar sin tener un balance?

Hay que recordar que la educación a distancia es una especialidad. Hay gente que está formada y capacitada para eso. De hecho, la Universidad Nacional Abierta tiene años graduando gente a distancia. Allí debe haber un montón de especialistas que no sé si han sido consultados.

Es grave que en Venezuela no se mida la calidad de la educación. Y en tiempos de pandemia los resultados pedagógicos están entre comillas. Lo que más me preocupa son los estudiantes que abandonaron las clases. Si ya sabes que el ministro sugiere, entre líneas, que vas a pasar el año escolar hagas o no hagas las actividades estás frente a un desincentivo. También sabemos que en algunos casos eran los padres quienes hacían los deberes escolares de sus hijos. En algún punto de saturación, los adultos terminaban mandando la tarea para salir de eso.

Hay que hacer un ejercicio de profunda honestidad, que tampoco es lo que caracteriza estos tiempos, porque no creo que los resultados pedagógicos fueron exitosos. Incluso los contenidos se comprimieron, se contrajeron muchísimo. Mi cuñada y mis sobrinos que viven en San Carlos, Cojedes, me contaban que todas las tareas eran sobre el covid-19. Me llegó a pasar fotos un par de veces. Al final el estudiante caía en una circularidad y una recurrencia que consumía mucho tiempo y que parecía un intento de llenar un programa porque, de verdad, muchos profesores no sabían cómo dar las materias.

Pero desde una mirada integral, la educación no se reduce a una transmisión de conocimientos. Hay mucho más. Una de las pérdidas más importantes al pasar de la educación presencial a la educación a distancia es la convivencia escolar, esa relación cotidiana con otros en un mismo espacio. Fue una separación abrupta, como un destete, de alumnos con profesores y entre los estudiantes. También entre colegas. Otra pérdida importante tiene que ver con las habilidades y las competencias sociales que se desarrollan al poder tener ese encuentro en los colegios. Esa es una lección que nos deja el año escolar que terminó. Allí hay un desafío. Se requiere diseñar e implementar mecanismos para escuchar a los estudiantes y fomentar la participación estudiantil con estrategias a distancia, para que puedan seguir opinando sobre aprendizajes significativos y no sean dóciles receptores de tareas.

Carla Serrano en La Vega, en una actividad de herramientas para el buen trato y la prevención del castigo físico y humillante. Fotografía de Comunifilm Producciones | @Comunifilm

Además, los colegios son espacios que contribuyen a la protección integral de los niños, niñas y adolescentes. Al suspender las clases en el aula, ellos también perdieron esa protección. Durante el primer semestre del año, realizamos en Redhnna una sistematización de noticias y las publicamos en unos reportajes llamados Derechos de papel. Allí notamos el incremento de reportes de maltrato infantil, abusos, situaciones de explotación laboral y explotación sexual. No es que el colegio resuelve todas las violaciones a los derechos humanos, pero funciona como bisagra que se articula con el sistema de protección. Si un niño llega al colegio con unas marcas en la cara o en los brazos, presuntamente evidencia de que fue víctima de maltrato en su casa, tú puedes conectarte con un Consejo de Protección para averiguar qué ocurre en el hogar. Otro ejemplo que puedo dar es el de los colegios como garantes del derecho a la alimentación. Muchos hacían el esfuerzo de dar alguna merienda o alguna comida al día, que probablemente era la única que tomaban los estudiantes porque no tenían nada en casa.

Desde una mirada positiva, diría que una lección que dejó la cuarentena por el covid-19 es ese reencuentro, por decirlo de alguna manera, entre escuela y familia. No es que antes estuvieran divorciadas o desconectadas, pero la pandemia las condujo a estrechar lazos por el bien de los estudiantes. Algunos docentes dijeron que incrementaron el contacto con esos papás que solo veían el día de la inscripción o cuando tocaba buscar la boleta. Ahora, en un grupo de WhatsApp, se hablan prácticamente a diario.

También fueron interesantes las muestras de solidaridad entre alumnos y entre todos los actores del ecosistema escolar. Todos estaban pendientes de quién faltaba por enviar una actividad, quién no tenía teléfono inteligente, a quién no le llegaba la información o las guías de estudio. En el caso de Fe y Alegría, que es una experiencia que conozco por mis colegas en Redhnna, se habilitó un día de la semana para que aquellas personas que no tenían cómo cumplir con sus obligaciones de manera remota fueran hasta el colegio y entregaran los trabajos. Por supuesto, debían cuidar todas las medidas de seguridad: usar siempre tapaboca, respetar la distancia, nada de abrazos, usar gel antibacterial con regularidad. Pero la idea era que el estudiante no quedara excluido por no tener teléfono, correo electrónico, o computadora, o porque en su casa se iba la luz con frecuencia. La idea es que todos nos tomemos de las manos para que nadie se caiga.

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. No asistir a clases físicamente hizo que alumnos y familias valoraran más el trabajo de los maestros y de toda la comunidad educativa. Sabemos el esfuerzo que hacen las y los profesores para estar ahí al pie del cañón, para no sucumbir ni renunciar y así seguir honrando el compromiso que tienen con su vocación. Pero no podemos dejar a un lado las variables económicas, como la inflación. ¿Cuántos docentes habrán terminado de tirar la toalla durante la pandemia? Eso preocupa mucho. Preocupa que no haya políticas públicas y, en consecuencia, programas para apoyar y fortalecer a los docentes durante esta nueva realidad. Por ejemplo, no hay un bono para garantizar los datos de la telefonía móvil que usan para comunicarse con los alumnos.

Quisiera creer que el Ministerio de Educación ha estado preparando un plan de  formación para los maestros, y que apenas arranque el año escolar habrá un momento de nivelación en el que recibirán una caja de herramientas.

También urge formar a las familias. Diseñar programas dirigidos a los padres y cuidadores. Hay que tomar en cuenta a los niños que están separados de sus progenitores, porque estos emigraron, y quedaron a cargo de terceros. No basta decir que cada familia será una escuela. No puede ser que en cada casa se reproduzca lo que ya se vivió de manera improvisada.

Hay que insistir en que en Venezuela está instalado un equipo humanitario de país desde mayo de 2019. Tenemos un clúster de educación activo y en algún momento uno debería verle el queso a la tostada del equipo humanitario. La teoría dice que en ese clúster deberían estar sentadas distintas organizaciones de la sociedad civil, personas de las agencias de las Naciones Unidas, y representantes del gobierno. En este último caso, no se trata solo de las autoridades del Ministerio de Educación, también se debe incluir al sistema de protección de los niños, niñas y adolescentes porque los derechos siempre deben ser un tema transversal. Debería incluirse, por ejemplo, al Idenna. Creo que es importante hacer un trabajo de contraloría  y ver qué está pasando allí. ¿Qué está haciendo el clúster de educación? ¿Cómo acompaña las acciones que hay que emprender de cara al nuevo año escolar?

Por otro lado, tampoco sabemos mucho sobre la pandemia del covid-19 en Venezuela. Entiendo, según las investigaciones periodísticas, que en el país no se realiza la cantidad de pruebas diarias que exigen los estándares mundiales de salud. No sé a ciencia cierta cómo estaremos durante septiembre y los meses que siguen en cuanto a los casos de covid-19. Hay que ser prudentes en el futuro. Hay toda una responsabilidad al hacer un llamado a clases que pasa por difundir información clara, sobre el sistema educativo y sobre el sistema de salud. Suena como una idea potable el regreso a clases en el futuro de forma semipresencial y progresiva, es decir, en la teoría suena muy bien. Pero debemos tener cuidado con la distancia que hay entre el papel y nuestra realidad.

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