Recientemente pasé unos días en la ciudad de Bogotá. En un par de ocasiones el taxi en que me trasladaba fue abordado por un grupo de adolescentes que se ofrecían para limpiar el parabrisas. Ante la negativa del conductor, reaccionaban agresivamente reclamando que necesitaban dinero para comer. La escena de por sí inquietante, causaba mayor dolor al constatar que por su acento se trataba de compatriotas.

Esta semana se dio a conocer que actualmente, 3.643 niños, niñas y adolescentes venezolanos tienen en Colombia un proceso activo de restablecimiento de sus derechos, es decir, que fueron víctimas de delitos como violencia sexual, abandono y trabajo infantil.

“En el sistema de protección hay más de 8.600 niños, los cuales crecen en hogares sustitutos, no solamente con un vacío emocional de no contar con una familia, sino también con todo lo que conlleva el desarrollo de un niño”, dijo María Carolina Moreno, coordinadora Fundación Casa de la Madre y el Niño.


Viajando solos

La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimaba que desde el año 2015 más de 25.000 niños y adolescentes han migrado de Venezuela no acompañados o separados, entendiendo por ello que cuando viajan en compañía no se trata de su representante.

Migrar se convirtió en un acto desesperado para miles de venezolanos. Entraña un riesgo para cualquier adulto o familia, pero en el caso de niños y adolescentes viajando solos aumentan los factores de riesgo que los exponen a la trata, tráfico, violencia de todo tipo incluyendo la sexual, explotación laboral, captación por bandas delincuenciales, grupos armados.

El que muchos hayan viajado sin documentos de identidad vigentes -cédula de identidad, pasaportes, partida de nacimiento- aumentó su vulnerabilidad para ser extorsionados, quedar apátridas, solicitar servicios sociales, registrarse en centros de tránsito, regularizar su estadía y dificultar la reunificación familiar.

El Sistema de las Naciones Unidas alertaba para finales de 2019 sobre la existencia de 1,1 millones de niños y adolescentes salidos de Venezuela en situación de riesgo, con necesidades de atención y protección en los países de la región a los que ha llegado el mayor flujo migratorio. Países que ya tienen sus servicios sociales y de protección colapsados.

El 22% de los migrantes venezolanos radicados en Colombia son menores de edad (420.000); de los cuales 1.195 están siendo atendidos por la causal de abandono. Los niños y adolescentes cuentan cada vez con menos posibilidades de ser atendidos en su desplazamiento y tránsito y de ser socorridos en los puntos de destino. Estarán privados de su derecho a la educación, salud, protección y expuestos a todo tipo de discriminación y xenofobia.


Tomar previsiones

Miles de familias, niños y adolescentes se han visto forzados a migrar huyendo de la adversidad que se ha cernido sobre sus vidas. Viajes que han estado mediados por la falta de previsión. Por lo que debemos insistir con nuestros adolescentes en que no se trata de “irse como sea”, pues, entraña riesgos reales que los pueden afectar seriamente.

Cuando haya condiciones de emigrar, lo ideal es hacerlo en familia, con algún familiar o llegar donde está algún familiar o allegado.

Es necesario definir el país al que se migrará, conocer cuáles son sus condiciones actuales y los requerimientos para el ingreso al mismo.

Es muy importante contar con la documentación de identidad nacional. Es una herramienta fundamental; a sabiendas que requiere un tiempo y recursos que se deben prever para su tramitación, sobre todo en el caso de los pasaportes.

Se requiere tramitar los permisos de viaje en caso de que el niño o adolescente no viaje con ambos representantes.

Es necesario programar la ruta a seguir para el desplazamiento desde el origen hasta el destino. No dejar al azar el trayecto que se realizará.

Efecto Cocuyo

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