Fuente: Telam

El maltrato infantil se define como los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18 años, e incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación comercial o de otro tipo que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder. En el Día Mundial de la Lucha contra el Maltrato Infantil, opinó Marisa Graham, defensora de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, abogada, docente y especialista en derecho de familia.

Desde hace años que tratamos de erradicar la violencia contra niñas, niños y adolescentes; pero las denuncias de ellas y ellos mismos, o de familiares, vecinas, amigos, docentes, sigue aumentando. La pregunta se impone cada año: ¿Hay más casos de violencias contra las infancias?, ¿o será que hay más canales de denuncia?, ¿o será que las personas se animan a denunciar más que antes? –

Posiblemente todas las respuestas a estos interrogantes sean positivas. Y podríamos concluir, entonces, que hay más conciencia, que el mundo adulto ha entendido, comprendido, incorporado que se puede educar, cuidar, criar sin violencia, y que aun así hay más violencias intrafamiliares o institucionales, físicas o psíquicas, degradantes o humillantes.

Persisten distintas formas de violencia hacia nuestras niñas, niños y adolescentes, con el agravante que la entidad de esas violencias pareciera ser mayor, sometiéndolos a las más degradantes vulneraciones. Lo que una vez más nos lleva a preguntarnos ¿Qué lugar ocupa el cuerpo de las niñas y los niños en el mundo adulto?.

El maltrato severo, con riesgo de vida o que se lleva la vida misma, el abuso sexual infantil por parte de los que tienen la obligación de cuidar, nos lleva a redimensionar esa pregunta, pues este tipo de violencia no responde a modelos culturales de educación perimidos. No estamos frente a modelos violentos de “corrección” en aras de la educación y la crianza. Lo que ocurre es que, en muchos casos, allí donde debiera suceder el amor, sucede el horror.

Este modelo de crueldad sobre los niñas y niñas no es privativo de nuestro país, ni de nuestra región. Es algo que impacta también en las infancias y adolescencias de distintos continentes y sin distinción de clases, por lo cual el desafío es aún mayor.

Sin embargo, casi todos los países del mundo han ratificado la Convención sobre los Derechos del Niño, que en su artículo 19 dispone que “Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas para proteger al niño contra toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o de cualquier otra persona que lo tenga a su cargo”.

Los obligados primarios del cuidado de la infancia y adolescencia, promoviendo su desarrollo autónomo, son madres y padres en la familia, docentes en la escuela, profesionales de la salud en las salitas y los hospitales, profesores y entrenadoras/es en los clubes, las policías en el espacio público, los operadores en los lugares de abrigo y también en los lugares de encierro. En definitiva, todas y todos les debemos respeto y protección. Siendo mayor el grado de responsabilidad, cuanto mayor es el deber de cuidado.

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