El Mundial de fútbol ya irrumpió para ser el centro de atención durante unas semanas. Los cánticos y banderitas de los distintos países servirán para avivar preferencias y rivalidades.
Muchos de los niños ven a través de las pantallas a los jugadores de las barajitas del álbum que coleccionaron. Los padres comparten sus experiencias de cuando eran niños y sacan del armario la franela con el nombre de alguno de sus ídolos en un mundial pasado. Rescato ese espacio para reflexionar sobre el resquemor de por qué intereses económicos y políticos seleccionaron una sede donde la violación de los derechos humanos y la exclusión están normalizados.
Es importante que las familias puedan utilizar toda esa energía en el ambiente para motivar a los niños y niñas a moverse, y estar activos físicamente. Poner en movimiento todo el cuerpo y no solo los pulgares en el videojuego de la FIFA.
El sobre peso y la obesidad se han convertido en una de las variables que condicionan la salud de los niños y adolescentes en nuestros tiempos. Salir a la plaza, la cancha, el parque, el patio, el área común del condominio pueden convertirse en “súper estadios”.
La recreación constituye un derecho humano fundamental para el desarrollo pleno de la personalidad, aumentar las habilidades motoras, facilitar la salud y el buen sueño. Los niños de nuestras ciudades -condenados a desenvolverse en pequeños espacios- tienen dificultades para correr, saltar, trepar. Los patios de las escuelas tampoco ayudan en muchos casos, por los espacios reducidos.
Nuestras generaciones tenían la opción de jugar en la calle, donde con dos piedras se hacía una arquería y un pote de jugo se transformaba en balón. La inseguridad es otro elemento que limita la socialización infantil en distintos sectores sociales y geográficos.
Desarrollo moral aplicado
Fue en esas «caimaneras» donde aprendimos de las normas y las implicaciones de no respetarlas. Los primeros juegos reglados, establecer acuerdos, respetarlos y la irrupción de la trampa. La experiencia grupal, de trabajar en equipo o las implicaciones de cada uno patear por su lado. El valor de la constancia, la disciplina, de practicar para lograr un mejor rendimiento.
Atesoramos en nuestra memoria ese primer juego, el estreno del uniforme, los implementos. Los recuerdos son gratos en tanto haya sido una experiencia espontánea y placentera. Cuando se trata de una imposición de los adultos, una práctica forzada, a disgusto, los recuerdos pueden ser traumáticos.
La práctica deportiva se puede convertir en una tortura cuando los padres intervienen arengando a sus hijos, gritándoles con molestia cuando no lo hacen bien, despotricando del jugador responsable de que estén perdiendo, pidiendo al entrenador que lo saque. La grada se vuelve en una demostración de todo lo que no se debe hacer.
Bien sea en torneos colegiales o ligas infantiles, rápido se olvida que “lo importante no es ganar sino competir”. El aprender a manejar la frustración, a perder, aceptar la derrota -propios del deporte- se pueden convertir en un carga pesada si la intervención de las familias no es la adecuada.
Ni hablar de los métodos utilizados por entrenadores que tienen tatuado en el ADN la idea de que las estrellas se forjan con “sangre, sudor y lágrimas” y para ello se valen de humillaciones, extralimitaciones y maltratos físicos y humillantes en no pocos casos.
Tal como señala Óscar Misle de Cecodap: «Hay un trato que muchas veces es humillante para el niño y para el grupo. Un tema que deja mucha tela que cortar, mucho de qué hablar y mucho que sensibilizar, para que los padres y las familias, los centros educativos y deportivos, tomen consciencia de lo que implica y de la huella que puede dejar en ese niño esa experiencia frustrante, sentirse fracasados porque no pudieron cumplir con las exigencias de los adultos«.
Deporte tiene que ser para los niños sinónimo de sentirse bien, a gusto y nunca sentirse agredidos y maltratados.
Efecto Cocuyo
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